domingo, abril 11, 2021

Claros y nubes

Consciente.

De cada célula de su cuerpo, del roce de la ropa en la piel, el suelo bajo sus pies, su propio peso, qué siente.

Una sonrisa se dibuja, sutil, en su rostro. Los ojos, con nubes tristes que van y vienen, a ratos cerrados para apreciar(se) con más claridad. La respiración que se calma en ese estado, la mente que logra parar unos segundos y de ahí la sonrisa.

Saber que es hogar y comprender que quiere a alguien que sea hogar. Un hombre. Tener muy claro que, desde niña, ha sido su propio puerto, que la felicidad está igual de presente en su soledad. Aceptar que ahora, después de más de un año sin abrazos, quiere ese regazo en el que descansar la cabeza, ese cariño entre unos brazos que miman.

Tener la fuerza de decir no. Diez años de aceptación del deseo del otro, la propuesta del otro que son muchos, de sentirse vacía tras haber pensado que sería suficiente, que es el aperitivo antes de un plato principal que no ha llegado por ahora. Quizás porque sus ojos y su tacto estaban posados sobre esos entrantes que se convirtieron en el todo ausente que tenía.

Recordar el abrazo con hueco donde descansar el peso sobre sus hombres, el sostén en las piernas en que reposaba la cabeza para dejarse acariciar el cabello. Demasiado tiempo sin esa serenidad de carantoñas, caricias en ambos sentidos. 

No es lo mismo querer sola que acompañada.

Está segura de que no buscará un hogar que ya tiene. Tiene claro que encontrará esa otra intimidad que anhela.

 Para Freya, cuya conversación y escucha permitió nacer este texto.

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