Hoy he vuelto al otorrino. Iba más o menos feliz. Desde ayer tengo voz (poca, pero tengo) y aunque se me corta cada vez que hablo más de tres minutos seguidos pensé que me diría: 'Nada, guapa, ya puedes hablar sin pasarte' y que lo mismo me recomendaba un logopeda. Pero no, mis ilusiones por los suelos. Resulta que aunque mis edemas han mejorado, la cosa sigue ahí. Y como ni mi médico ni yo queremos tener que operarme (vamos, antes me quedo muda), tengo que seguir hablando lo menos posible hasta el mes de enero, acompañado de un tratamiento que se me está haciendo eterno (incluye un spray dos veces al día, pomada nasal antes de acostarme, un jarabe tres veces al día y una pastilla cuatro veces al día) y de doce sesiones de logopedia, tras las cuales mi médico espera que 'cantes como una profesional'.
A todo esto, trabajo en una oficina en la que se atiende a público. A todo esto, no sé si mis compañeros van a seguir siendo tan comprensivos con mi silencio y mi no atención al público y soy de las que prefiere no pedir la baja si hay algo que aún pueda hacer. A todo esto, estoy cansada de que el personal se crea que estoy enfadada o deprimida porque no hablo. A todo esto, estoy hasta las narices de no poder hablar con mis amigos o sólo hablar a ratillos cortos sin poder mantener una conversación medianamente interesante (a saltos, como que es difícil).
Para colmo, y a pesar de que me dijo que eran edemas, hoy mi querido doctor ha usado la palabra nódulos. Y la palabra operación. Y se me han puesto los pelos de punta. Sé que es una opción poco probable. Sé que seguramente me pondré bien en unas semanas, pero, sinceramente, ahora lo que tengo es rabia. ¿Por qué? Pues no lo sé... Al final va a ser que el silencio me cabrea.