Tiene la serenidad de un volcán dormido, porque cualquiera de sus pasiones desata toda su fuerza interior y la llena de una energía que desborda y contagia al que esté cerca. Ella apenas lo sabe, pero ese empuje también puede amilanar al más valiente y alejar al que se atreva a importunarla.
Mira al mundo sopesándolo y es capaz de ponerse al nivel de sus alumnos para ayudarlos y conseguir mejorar la sociedad que la rodea. O, al menos, lo intenta desde un trabajo que yo no me atrevería a escoger ni en un millón de años. Sin embargo, ella lo desempeña con el entusiasmo del principiante, sin serlo; con la ilusión de poder cambiar algo, pese a los desengaños; con el ansia por superarse que deberían mantener todos los profesores a lo largo de su carrera.
Si sabe que la necesitas olvida cansancio y otros menesteres para ofrecer su apoyo incondicional. En persona o a través del teléfono usa la empatía como si ella misma viviera la situación, porque sabe ponerse en tu lugar, a la vez que mantiene la mente fría para no dejarte cometer injusticias contra otros.
Amiga de sus amigos, quizás le faltó enfrentarse a una o dos ruedas de prensa más para saber que su presencia no importuna, que es bien recibida sea expresamente invitada o no. Porque hay veces que la timidez le supera (¿y a quién no?) y, entonces, puede dejarse llevar de nuevo a su caparazón que, afortunadamente, desechó frente a mí para dejarme compartir sus alegrías, sus penas y sus anhelos.
Como resto de ese caparazón le queda una increíble capacidad para asumir sus momentos bajos y levantar la cabeza con los pies firmemente anclados en el suelo. En esos instantes grises compartirá contigo sus pesares si le preguntas, pero más a menudo, optará por callar, mirarse dentro y curarse sola sus propias heridas, con una gran capacidad para recomponerse y salir volando, como el ave Fénix, aunque, tal vez, con un pequeño lastre de desilusión.
Desde hace años tengo la suerte de poder contar con ella. Por carta, en persona y por teléfono, me ha salvado la vida más veces de las que ella misma sería capaz de reconocer y aunque, seguramente en todo este tiempo la he defraudado más de una vez y le habré fallado en algún que otro momento, tiene la lealtad de olvidar los fallos y seguir al pie del cañón.
Tiene las cosas claras y lo dice, algo que se agradece en un momento en el que la hipocresía es moneda habitual de cambio, pero nunca de una forma abrupta, sino todo lo contrario, porque no ofender a quien no se lo merece es una de sus reglas.
Ahora tiene un año más, otros doce meses que hemos compartido en la distancia y en la cercanía, y espero que sigamos así mucho tiempo, para reírnos, para quejarnos del mundo y arreglarlo tantas veces como ambas necesitemos.