martes, enero 21, 2014

La vida

¿Por qué parece tan fácil? Miras al otro y lo ves claro. Clarísimo. Las decisiones que debería tomar, los caminos que sería preferible escoger, las paradas que hay que hacer. Todo fácil. Todo sencillo. Todo claro como el agua cristalina para que se mantengan a nuestro lado y estén bien.
Y te miras en tu propio espejo y crees que tu vida es un desastre. Y que todo lo que te dicen de senderos, opciones, descansos... son las patrañas de quienes no están en tu piel.
Así que te das cuenta de que ellos te dicen lo mismo que tú repetías hace un segundo a tu amigo. Te das cuenta de que no aprendemos en vida ajena... Pero da igual, quieres hacerlo. Ayudar. Estar. Apoyar. Abrazar. Dar cariño. Dar paz. 
Sabes que no puedes. Y te callas. Pero razonas, o no, al creer que las injusticias del mundo son demasiadas. 
La vida es fácil. Lo sabes. Pero no logras hacerlo. Sencillo. Ni la tuya, ni la de nadie, porque, en realidad, sólo nosotros podemos dejarnos de complicaciones y ser felices. La felicidad, como la belleza, viene de dentro. Se contagia, pero sólo si está dentro, aunque sea sepultada por años de decadencia y lucha. Hay que tener ganas. De vivir, principalmente. VIVIR,  no sobrevivir
Sé que merece la pena intentarlo. Lo hago cada día. Lo aprendo. 
Me toca aprender dejar que los demás lo hagan. Ser felices. Desde lo más profundo de su alma. 

viernes, enero 17, 2014

Quietud

Pararse. Pensar. Pararse. No querer mirar al pasado. Pararse. Imaginar un futuro. Pararse. Soñar con el presente ideal. Te quedas quieta y descubres que ni en sueños te crees el presente perfecto, siempre le encuentras los fallos: las esquinas dobladas, el borde algo roto, el suelo gastado, la tela ajada. Te paras y piensas. Que sería mejor no pensar. Ya puestos, ni sentir. Que dejarse llevar es lo que haces siempre y acabas en el mal camino. O la mala corriente que da al mar agitado de las tormentas. Soñar... Es bonito hasta despierta. Lo malo es que siempre termina... ¿Mal? Puede. Seguro. No lo sé. Frenar. En seco. Con los frenos chirriando y las ruedas echando humo. Para evitar estrellarse. Pero ya te habías chocado hace tiempo. Sólo que no te habías dado cuenta. Ahora sólo constatas las heridas que sangrarán en un futuro no muy lejano.

jueves, enero 09, 2014

El tiempo

Miro fotos mías de hace un año y las de ahora y parece que se me vinieron de golpe los siete años que paso de los 30. No sé si es cansancio o que la edad realmente se te echa encima de forma repentina. La cuestión sigue siendo la de siempre. Mirarme y no reconocerme. Es decir, mirarme y no ver en el espejo la persona que soy dentro de mí. Las ideas, ideales, proyectos, sueños... parecen mucho más jóvenes y prestos de lo que me veo a mí misma. Y me pregunto que si este salto de edad interna y externa será para siempre, porque si es así no sé si Peter Pan debería empezar a pensar en coserse otra sombra, que dé más lustre y vivacidad.
Quizás sólo han sido los últimos meses que me han machacado físicamente, pero, sobre todo, internamente. Puede que sólo se trata de necesitar unas vacaciones, incluso de mi cabeza. Una vez más vuelve a mi mente la anécdota repetida por mi madre: con tres años le pregunté cómo se podía apagar el pensamiento... La verdad es que empiezo a necesitar un botón de Off. 
A ver si consigo retomar mis rutinas y me olvido de mí. Y de mis comeduras de tarro tontas. Porque hay que ser idiota para equivocarse a sabiendas y seguir en ello... Al final, tan ofendida siempre porque alguien insulte mi inteligencia, y la primera que la echa por tierra soy yo misma.

martes, enero 07, 2014

Familia

Nunca me sentí en familia en la mía. Antes ni siquiera me sentía parte. Con los años, hubo momentos en que tuve la esperanza de que lo seríamos, una familia. Pero luego la ilusión se deshace. Están ahí, mis hermanos (algunos más, otros menos), mis padres (en acuerdo o en desacuerdo). Y yo estoy, cuando me necesitan. Pero no los siento familia.
Tuve la mía propia. Una vez. Éramos dos, pero éramos familia. Y la de él se convirtió en la mía. Bueno, eso me ha pasado siempre. Las familias de ellos me adoptan como una más. La gente pensaba que yo era hija de mi primera suegra porque hasta nos parecíamos físicamente o eso decían (Freud seguro que habría tenido mucho que decir al respecto).
Cuando no tengo pareja, muchas veces me siento huérfana. Parece que, aunque siempre lo niego, sí soy familiar, y que cuando no tengo esa minifamilia que yo misma creo, estoy algo perdida. Aunque me repongo rápido. Porque cuando me pasan esas cosas que la mayoría corre a contar a su madre, o a su padre, o al hermano mayor, yo tengo a quien llamar. A varios a quien llamar. Y sé que responderán. Y estarán. 
No sé por qué hay personas que me hacen sentir en casa y personas que no. Ni por qué con algunas me pasa al instante y otras tardan un tiempo en convertirse en hermanos. Pero me ocurre. Sucede que me siento niña protegida y me relajo al lado de unos; que con otros me parece ser la hermana mayor y me gusta serlo; que me dejo cuidar y cuido, sin juzgar, sin pedir nada a cambio, incondicionalmente. Como con la familia de sangre.
Una vez una psicóloga me dijo que no tengo que querer a mis hermanos sólo porque lo son. Me dejó anonadada. Pero es cierto que podemos tener hermanos que tengan aquellas cosas que nos sacan de quicio y nos repelen. Podemos estar porque son de nuestra sangre, pero no tenemos que quererlos ni llevarnos bien.
Por eso mis amigos son mi familia. A ellos los quiero. Son afines, aunque tengan cosas muy distintas a mí, son mi refugio, mi hombro en el que llorar, con quienes compartir la risa. Nos elegimos.
Y, aunque sé que mi familia de sangre está y yo estoy para ellos, me he dado cuenta de que necesito crear la mía propia. Y ni siquiera quiero hijos. Supongo que, simplemente, añoro un hogar que sea el mío.

jueves, enero 02, 2014

Gracias

Ayer quemé 2013. Literalmente. Cogí el calendario y hoja a hoja fui quemándolo. Quería que desapareciera en cenizas todo un año que me ha resultado horrible por diversos motivos. Pero, esta tarde, una amiga a la que quiero con locura y que me enseña muchas veces, Yolanda, me ha recordado que no sólo hay que acabar con lo malo. Hay que agradecer lo bueno. Y pedirlo. Así que, aquí va mi lista de agradecimientos. 

Gracias porque soy consciente. Y la consciencia es el primer paso para cambiar lo que me lastra y me atranca en malos pensamientos y momentos.
Gracias porque empecé 2013 riéndome y en buena compañía y ese no fue el único momento en que fui feliz.
Gracias porque tengo un sitio en el que podría vivir todo el tiempo que quiera y la posibilidad de irme cuando me dé la gana.
Gracias, porque tengo un trabajo que me permite conocer diferentes puntos de vista, aprender de quienes plantan cara a la adversidad y mantener la esperanza en la bondad del ser humano.
Gracias, porque logré que mi cuerpo aguantara mi ritmo y me hiciera sentir fuerte por una vez en mi vida.
Gracias porque Yolanda, Amaranta, Antonio, Tamara, Asun, Javi, Xenia, Olga, Jesús y Cristina siguieron a mi lado. Me dieron apoyo, cariño, amor y risas. Y abrazos, algo que necesito mucho.
Gracias porque Davy, Fran y Tony se convirtieron en mis niños, mi pilar, mis pepitos grillos, consejeros y almas gemelas.
Gracias porque mis hermanas, Judit y Mica, me mostraron que ya me ven como soy, que no me juzgan y que saben escucharme y callar, porque yo necesito los silencios.
Gracias porque llegó Charo. Y me riñó. Y también me abrazó, lloró conmigo, me dejó escucharla y guiarla y me sirvió de guía. Me enseñó mi miedo y me animó a superarlo.
Gracias porque Rafa apareció. Y me tendió la mano. Y me dejó entrar en su vida y quiso ayudarme y me permite ser yo, a pesar de ir tan en contra de su propia naturaleza muchas veces.
Gracias porque tengo unos padres que me quieren, aunque no me comprendan ni compartan mi forma de vida.
Gracias porque sigo viva. 

Ahora me queda lo que pido. Es tan complicado como sencillo: Quiero que todo el amor que ahora tengo siga en mi vida, que aprenda a aceptarlo y que sepa devolverlo.
Pido aprender a no asustarme y a saber quererme, pero sobre todo, perdonarme.
Pido conocer mis errores para no repetirlos.
Pido dejarme ser feliz y saber estar triste, porque ambas cosas son parte de la vida.

No sé cómo será 2014. Sólo sé que no estaré sola. No más de lo que yo quiera. Y que si tengo que superar nuevas pruebas, lo haré. Ya no me da miedo. 

miércoles, enero 01, 2014

Año Nuevo

Al principio pensé que necesitaba que terminara el año para que acabara lo malo. Esa idea esperanzadora que todos tenemos de que 'Año Nuevo, vida nueva'. Pero lo cierto es que es más una esperanza que otra cosa.
No necesito que acabe el año. Necesito que acabe mi forma de ver las cosas. Hay sucesos inevitables, o que fueron evitables en su momento y una vez hecho el desaguisado no se pueden cambiar. Esa es la realidad. Y también es la realidad que el mundo no es justo, que pasan cosas malas, que la salud (la mía en este caso) no es de hierro. Todo eso es cierto. Como también lo es que tengo que quererme. Perdonarme.
Una de las cosas que me resulta más difícil es centrarme únicamente en mí. No es pose. Incluso puede ser una huída adelante. Fijarse en los demás, ayudar a los demás, para no pararme a pensar que todas esas cosas que llevo dentro y me lastran; para no tener que tomar las decisiones y dejarme llevar por las mareas de otros.
Sin ser propósito de Año Nuevo, porque como he dicho antes no creo que un 1 de enero vaya a cambiar algo, he tomado una determinación. Porque se me olvidan algunas cosas demasiadas veces. Y porque por mucho que me quieran los demás, la que me tengo que querer soy yo. Y perdonarme. Y quererme.
Hoy me han vuelto a dar una noticia que se desvelará si mala o mantenida la semana que viene. Hace tres semanas vería esto como 'no entrar limpia' en 2014. Hoy lo veo como la vida. Simple y llanamente. La vida. 
Y prefiero mil veces vivir que dejarme arrastrar a la muerte, incluso a la que sería en vida si no levantara cabeza y permitiera que las cosas que no van a acabar conmigo me dejaran triste y melancólica. La melancolía que sea de cosas buenas y la tristeza que dure lo que tiene que durar para que sea consciente de la alegría.