lunes, diciembre 30, 2013

Balance

Al final no me resistí. Aunque mi balance de 2013 será breve.
Vete. Vete y no vuelvas, pero déjame aquí a dos personas muy especiales que han llegado, curiosamente cuando empezaste a ir muy mal. Y deja a las que ya estaban y han seguido a mi lado.
Llévate todo lo demás.

viernes, diciembre 27, 2013

Vida

La vida es aquello que ocurre y que casi nunca es como espero. Los segundos que se escurren entre las manos y son, repentinamente, años que han pasado y no me he dado cuenta. 
Sin embargo, lo peor no es esa mirada al presente que se ha convertido en pasado antes de que haya podido reaccionar. No. lo peor es cuando estoy parada frente a mi vida, la miro y me doy cuenta de que no sé qué decisión tomar. Lo que más temo es la indecisión. 
La duda puede empezar por algo sencillo: no sé si salir o quedarme en casa. Y elegir algo tan simple empieza a convertirse en un lastre que se une a otras muchas indecisiones (callar o hablar; ir o quedarme; cambiar o seguir...) hasta que empiezo a sentir, de nuevo, el nudo en la boca del estómago y el pánico empieza a apoderarse de mí.
Sé que ese miedo es más porque vuelvo a estar indecisa que por la misma necesidad de decidir, pero ahí está y parece que le coge el gustillo a mi cuerpo. Porque deja de ser una cuestión de cabeza para ser una cuestión de entrañas. Que se revuelven y se rebelan contra mi propio ser (si entendemos el ser como aquellas palabras con las que nos pensamos y configuramos en nuestra mente). Pero soy consciente de que esa no soy yo, y pataleo en mi interior cual araña flotando a la deriva en un charco que no son más que cuatro gotas escurridas de nuestra barbilla. Me debato peleona hasta que logro parar. El truco es parar. Dejar de decidir. Porque mi decisión pretende ser un análisis de cada pequeño detalle e ínfima posibilidad presente y futura como algo fundamental que podría cambiar mi vida hasta el punto de llevarla a lo más bajo.
No controlar. No querer controlar hasta el mínimo pormenor de lo que ocurre a mi alrededor. 
Volver a arriesgar. 

martes, diciembre 24, 2013

Invierno

Cada copo es distinto. Los rozaba. Cada persona es única. Miraba alrededor, extrañada. 
Había tantas posibilidades. El viento arreciaba.
Existían tan pocas respuestas. La escarcha helada.
Montañas de nieve y tormenta de palabras que se amontonaban sin parar.
Aceras desaparecidas por un blanco manto, mientras el negro llena la página.
Frío, ¿en el alma? Fuerza que se desata y clama.

martes, diciembre 17, 2013

Madrugada

Salir a la calle cuando aún es de noche. Cuando la luz no es luz todavía y las calles parecen mojadas con las legañas de noches apenas descansadas entre sábanas que nos rechazan por solas. Miras al cielo en busca de ese sol que indica que el día es nuevo, y trae esperanza, pero las nubes que percibes ni siquiera dejan ver las estrellas. Das pasos indecisos, que no inseguros, porque la niebla que te rodea no es externa. Y el corazón se empapa de esa lúgubre opacidad por la que no se filtra ninguna claridad. Parece que no habrá día. Te encierras entre cuatro paredes y no es hasta muy tarde que descubres que sí que hubo sol. Pero no lo suficiente como para acabar con las sombras que han salido de los rincones de tu alma expandiéndose y conquistando el terreno que intentaste abonar infructuosamente de certidumbre. Da igual si brilló deshelando las estalactitas que las lágrimas habían formado en las caras de los inocentes. Tú te has quedado en esa madrugada que te abrazó al poner el primer pie fuera de casa.

lunes, diciembre 16, 2013

Me gustaría decir que no habrá más. Pero suelo equivocarme de forma irremediable.
Me gustaría pensar que no me equivoco. Pero lo hago.
Parece ser que nunca salgo del mismo camino, que acabaré horadando. ¿Llegaré al otro lado?

viernes, diciembre 13, 2013

Vendrás

¿Vas a venir o no?
No sé si me apetece.
Pero, ¿vas a venir o no? 
Ya te lo he dicho. Estás empezando a alterarme los nervios. Estoy cansado.
No quieres venir... ¿No quieres venir? (entre susurros) No entiendo por qué.
No te he dicho que no quiera ir. He dicho que no sé si me apetece.
¿No te apetece? Pero, ¿entonces no vienes?
No sé, me cansa.
¿Te canso?
Me cansa. Me cansa la vida, me cansa ir, me cansa hablar sobre si voy a ir.
¿Te canso?
No
¿De verdad?
Entonces, ¿vas a venir o no?

martes, diciembre 10, 2013

#FreeJavier_Ricardo #FreeMarc

Conocí a Javier Espinosa en Melilla. Ya casi ni recuerdo si vino por las crisis política de Melilla o por los problemas con las oleadas de inmigrantes. Sí me acuerdo de que yo era una cría y de que sentí reverencia por él y su forma de trabajar desde el minuto uno. Me lo presentó otro de los periodistas que más me enseñó de la que fue mi profesión, Miguel Gómez Bernardi. Me dijo que acogiera a Javier y compartiese mi despacho con él, que siempre podría aprender algo y que es bueno que los periodistas se apoyen. Yo lo habría hecho igualmente, nunca desarrollé esa faceta competitiva en el periodismo.
Así que Miguel me presentó a Javier y yo le ofrecí nuestros ordenadores, teléfonos, línea de internet y las pocas explicaciones que yo podía darle sobre lo que estaba pasando. Fue fácil. Me pasa a veces que conecto con algunas personas que parecen totalmente ajenas a mí, y con él fue así.  Me escuchaba y preguntaba y, a la vez, me explicaba a mi la situación que yo llevaba contando hacía meses. Me la explicaba enseñándome cómo mirar las cosas de otra manera. 
Me admiraba la facilidad con la que se hacía con la gente. Cómo conseguía que, incluso los más reticentes a hablar, se sintieran cómodos con él y le narraran. Cómo se movía en un sitio desconocido igual que si llevara allí toda la vida. Sus conocimientos y capacidad de interrelacionar sucesos, para mi a veces independientes unos de otros por lejanos, para explicar las causas de lo que sucedía en el ahora.
Recuerdo su risa y su forma de quitarle importancia a las cosas, a sí mismo, para dársela a quienes consideraba que tenían que ser oídos. Recuerdo su paciencia conmigo, con mi insolente, aunque temerosa y reverencial forma de preguntarle por su secuetro en Sierra Leona, porque no me cabía en la cabeza que después de esa experiencia alguien quisiera seguir contando las cosas y arriesgándose para contarlas con todas las perspectivas posibles. Sí, fui tan absolutamente cría de preguntarle.
Compartimos tardes de trabajo en los que yo me peleaba con las palabras y él me ofrecía una charla más útil que algunos de mis años de facultad. Me enseñó a que confiara en mi forma de ver las cosas y de querer contarlas, que yo siempre había deshechado porque soy rara, porque me interesan las cosas de una perspectiva que consideraba excesivamente personal. Él me hizo ver que mi forma de mirar (ajena a la de políticos, desde mi posición de ciudadana de a pie que no comprende) era válida porque era la misma que la de la mayoría de los que me iban a leer. 
En aquellos días, cuando casi le interrogaba sobre su vida profesional, me preguntaba cómo podría llevarlo su pareja. Porque aunque una sea también periodista, hay peligros que asustan a cualquiera. Y hoy, cuando he sabido que lleva tres meses secuestrado, he vuelto a pensar en ella. Y si admiro la valentía de Javier por querer estar y contar, hoy me maravilla la fuerza de Mónica García Prieto, que tambien está y cuenta, pero que, además, hoy comprende y sigue trabajando sin perder sus ganas de contar la verdad, a pesar de saber que él está secuestrado por quienes deberían estarle agradecido. Por contar la realidad.
Desde aquí no pido, EXIJO la liberación de Javier, y de Ricardo y de Marc. Por sus familias. Y porque ellos son los que se atreven y cuentan. Los que hacen visibles a los que nadie quiere ver. Los que nos explican a personas como yo, que nada sabemos, qué ocurre para que nos impliquemos y queramos cambiar este mundo tan estúpido en el que secuestran a personas como ellos. 
Un abrazo Mónica, aunque espero que sea el de Javier el que recibas pronto.

domingo, diciembre 08, 2013

El té

Hay cosas que empezamos a hacer por motivos extraños, y acaban casi definiéndonos. Como el té y yo. El té, las infusiones y yo. Ahora casi retiro a un camarero de la barra para enseñarle a prepararlo. Y nunca me gustó. Sólo me recordaba a cuando estaba enferma.
Pero tuve un novio, muy cafetero él y su familia. Yo no tomo café desde la carrera. Lo cambié por el cacao o el eko o cosas así. Y, al parecer, a él lo del cacao no le parecía guay, o le parecía raro, o algo. Así que, cuando empezamos a visitar a su familia, y sin que yo dijera esta boca es mía, empezó a decir que yo tomaba té. No sé de dónde se lo sacó. Nunca lo había bebido delante suya. Pero soy excesivamente educada (o era idiotamente tímida) y no me atrevía a contradecirle, así que tomaba té. Que no me gustaba. Le echaba un chorrito de leche. Como tampoco me gusta, era apenas una gota para quitarle parte del sabor a la infusión... Y sin saberlo, empecé a beber el té a la manera británica...
Y, tampoco es que me pasara la vida en la casa de sus familiares, pero empezó a convertirse en una costumbre. Y comencé a comprarlo. Luego probé infusiones de frutas, a ésas no necesitaba ponerles leche, y vi que estaban bien.
Y resultó que, en mi propia casa, dejé de tomar cacao. Tomaba té.
Ahora, si le preguntas a mis amigos, te dirán que soy de té. Muy british.
Hoy, si vienes a casa y abres mi armario de la cocina encontrarás unos cuatro tipos distintos, tres rooibos y alguna que otra infusión de frutas.
Nada de cacao, salvo el reservado para la repostería.
Y él ya no está en mi vida. pero el té sigue conmigo.

jueves, diciembre 05, 2013

Oleadas

Arrastraba los pies. Como metáfora del peso de su alma, dirían algunos. Pero no, sólo arrastraba los pies. Estaba cansado de sentirse cansado. Así que arrastraba los pies. Y no pensaba. Ese habría sido el logro del día si no fuera porque haberse dejado las gafas sobre la mesa lo había superado. Dejarse las gafas era importante. Así no pudo ver lo que se le venía encima.
En realidad daba igual verlo o no, se le iba a venir encima de todas formas, no se puede huir de un tsunami. Pero no verlo le daba una cierta ventaja: la de la ignorancia. El saber está sobrevalorado.
Pero ahora él no estaba en eso. Estaba en arrastrar los pies camino de ningún sitio. Es un buen lugar, ese ningún sitio. Pero a veces está petado. Mucha gente se siente en casa allí. O no se siente en casa, pero acaba allí igualmente. Cosas de la vida. 
Así que andaba, arrastrando los pies, hacia ningún sitio y rodeado de gente. Sí, había mucha gente ese día. Él lo habría pensado, pero no pensaba. Entonces le dijeron hola. Vaya, eso le obligó a usar la cabeza. Podría haber contestado mecánicamente, pero entonces no habría pasado todo lo demás, así que su mente se activó. Miró y vio esa nebulosa que da el ir sin gafas. Pero sonrió. Y se puso a hablar.
Esa conversación que fue el inicio del dejar de arrastrar los pies, de no pensar... Afortunadamente las gafas seguían en la mesa... Donde las encontró la catástrofe.

miércoles, diciembre 04, 2013

El precio

Me cuesta desprenderme de ciertos pesares, de ciertos comportamientos y de algunos defectos.
Tardo en dejar de exigirme o de sentirme culpable.
Reacciono a destiempo y con retraso, por lo que a veces gano algún que otro sufrimiento.
Me paralizan las cosas que no me salen tan bien como sé que podría hacer.
Me cabreo conmigo misma cuando sé que lo que hago sólo conseguirá alejar a personas. Me cabreo y no dejo de hacerlo.
Reacciono mal cuando pierdo.
Hablo fatal cuando me tenso. De hecho, me convierto en un camionero.
Pero lo que menos menos menos quiero es seguir sintiendo esto.

domingo, diciembre 01, 2013

Extraño

Los bordes se habían difuminado. No quedaba nada de la realidad que esperaba. Abrir los ojos y ver que no era nada. Que nada era lo que era. Quiso alargar la mano, pero tuvo miedo... De sí  mismo. Las palabras se le amontonaban en la mente y dejaron de tener coherencia, igual que le había ocurrido al mundo que le rodeaba. No había cama, ni ventana, ni paredes, ni ¿vida?
No estaba seguro. De nada.
Pensó que quizás no había abierto los ojos. Pero eso daba más miedo. ¿Soñar con que no había perfiles ni finales? O saber que no los había en el subconsciente... Eso parecía más terrible que alcanzar con su mano y sentir el desvanecimiento de su realidad.
Se creyó quieto. Aunque quizás ya se hubiera levantado y hubiera empezado a andar. Sin contornos no estaba seguro. Puede que caminara inseguro por un pasillo sin finales, aunque con un límite claro. Una puerta bastante difusa.
Entonces, empezó a girar sobre sí mismo. ¿Estaba cayendo? Sólo sabía gritar, silenciosamente, con una mueca terrible por angustiada. A lo mejor alguien vendría a rescatarle.