viernes, octubre 31, 2008

Ciudades


LA CIUDAD


Dices «Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo mis ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí».
No hallarás otra tierra ni otra mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques
-no hay-,
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.

Constantino Kavafis



Me manda un amigo este poema porque le he comentado que me apetece un cambio, que quiero probar a vivir en otra ciudad, en otro país, porque empieza a pesarme Sevilla. Pero que dudo porque sé que los echaré de menos mucho, porque no sé si quiero volver a empezar de cero, sola, ya que, además, sé que acabaré volviendo, porque siempre vuelvo, quiera o no.


La diferencia entre lo que dice el poema y lo que siento es que ya sé que las ciudades, los lugares, los problemas, el alma me seguirán adonde vaya. Pero esta vez no serían un pesar, porque no huyo, sólo pretendo elegir hacer algo que siempre me quedó pendiente, porque en otro momento de mi vida elegí otras opciones, otros caminos por mí y por otras personas.


Ahora, simplemente me apetece enfrentarme a otro de mis retos, comprobar si puedo o no hacerlo, sobrevivir de nuevo, y, no sólo eso, sino vivir, y ser feliz en un lugar que poco tenga que ver conmigo.


No tengo prisa. Este año he aprendido que, en realidad, tengo todo el tiempo del mundo y que si hago las cosas con calma y de una en una hay pocos sueños a los que tenga que renunciar (otra cosa es elegir, las elecciones no son pérdidas). Pero ahí sigue, en mi cabeza, ese sueño, o esa idea que rozo con los dedos. No dejaré que las ciudades me persigan, pero tampoco puedo olvidar las que me llaman.

jueves, octubre 16, 2008

Mi hermana pequeña

Mi hermana pequeña siempre lo será. Nos llevamos tres años, así que ahora no es nada pequeña, pero haga lo que haga, sigamos creciendo como seguimos madurando, siempre será mi hermana pequeña. Cuando dejé de tocar a mi familia (en general a todo el mundo), era la única que conseguía que la abrazara y besara, porque sabe sacar lo mejor de mí. Siempre he querido que tenga lo mejor, siempre he preferido soportar cualquier sufrimiento antes de que ella sufriera... Aunque no siempre he conseguido evitarle el mal en su vida.

Mi hermana pequeña se casa este sábado. Y creo que será completamente feliz. Se casa y se quedará a vivir en Madrid, porque, aunque siempre dice que quiere volver, no sé por qué pienso que un matrimonio con alguien de allí la anclará aún más. Se casa y aún no me creo que algo tan tonto como una simple ceremonia me emocione hasta dejarme las lágrimas permanentes en el ojo, la sonrisa en la cara y las ganas de abrazarla y decirle que todo irá bien y que siempre será feliz y que ahí voy a seguir para siempre.

Desde el principio quise implicarme en esta boda. Porque conozco a mi familia (en la que cualquier compromiso pone de los nervios porque ningún matrimonio en ella va demasiado bien), porque quería y quiero que sea la boda perfecta, la que quiere mi hermana. Y aunque mis avatares personales me hicieron no preocuparme tanto según la temporada, me alegra saber que les ayudé, a ella y mi futuro cuñado, a elegir la canción que abrirá su primer baile como matrimonio, rebusqué en floristerías para dar con el ramo, le dí la lata a los de la iglesia, recorrí cortijos y haciendas donde celebrar el banquete...

Se casa mi hermana pequeña y tengo una sensación encontrada de felicidad, tristeza, alegría, nervios, ganas de que pase todo y de que no pase, de que el sábado sea hoy y no lo sea porque se supone que una boda no cambia nada y lo cambia todo.

Mi hermana pequeña es una de las personas más bellas que conozco y por eso se lo merece todo. Porque es guapa por dentro y por fuera. Porque cualquiera que la conoce a los dos segundos se da cuenta de lo que vale y no la quiere dejar marchar. Porque es dulce, tierna, entregada, paciente y tiene otras muchas virtudes de las que carezco.

Solo deseo que a partir del sábado, la felicidad que le hizo elegir casarse con quien se casa se multiplique y continúe y dure y le permita ser una persona plena. Porque sé que vendrán épocas mejores y peores, pero seguro que sabrá capear lo malo como siempre ha sabido. Y espero que sepa que siempre tendrá mi mano tendida, por si me necesita para levantarse.

viernes, octubre 10, 2008


Pues sí, la diversión había terminado. A pesar de que llevaba cuatro años en Londres casi no había logrado que su mente pensara en su segunda lengua. Aunque, bien mirado, en realidad el sentido inglés también le venía al dedo. El rodeo que había supuesto su vida en los últimos tiempos había acabado. La realidad había vuelto a hacer acto de presencia golpeándole en la cara con los viejos miedos. No sabía cómo había logrado encontrarle, ni quería saberlo. Sólo sentía la necesidad de volver a huir, de escapar, escapar y escapar hasta que se terminara el mundo y él no pudiera alcanzarla, con sus amenazas, con sus llamadas, con sus miradas encontradas en cualquier lugar donde no debían estar.

No era cuestión de enfrentarse a temores absurdos. Era cuestión de que alguien se había introducido en su vida hasta robársela y obligarla a reinventarse. Y ahora volvía para intentar acabar con todo lo que había vuelto a construir. A arrancarle a sus amigos, a alejarla de su familia, a quemar cualquier rastro de amor que pudiera estar cerca de ella, con el único objetivo de intentar vaciar su corazón para dejarlo como el suyo. Sólo una vez se atrevió a preguntarle qué pretendía: 'si eres como yo me querrás'. Una única frase jamás había conseguido dejarla tan helada y asustada en su vida. La sonrisa con la que vino acompañada estremecieron su rostro y sólo acertó a echar a correr.

Y había corrido mucho, en tiempo, en espacio, en pensamientos. Y, sin embargo, todo eso parecían haber servido para nada, porque ahora volvía a sentirse aquel pequeño ser asustado, aquel ratoncito que apenas se atrevía a asomarse a la puerta de casa por temor a volver a encontrarse frente a quien llenaba sus noches de pesadillas. No quería volver atrás y, sin embargo, aún quedaba en lo profundo de su alma el pequeño rescoldo del miedo, puro y simple miedo.


De lo que no era consciente es que, junto a ese temor absolutamente irracional, el tesón de su huida, pero también su batalla interna, habían germinado en una minúscula luz de esperanza y coraje. No fue consciente hasta unas horas después, cuando había dejado de temblar en casa y se tranquilizaba con una infusión frente a la ventana, por la que apenas se atrevía a mirar. Sin embargo, de repente fue consciente de que por primera vez desde aquella primera vez hacía ocho años, había sido capaz de mantener su mirada al menos un instante. Apenas unos segundos que había olvidado porque rápidamente se giró para alejarse de quien tanto odio le profesaba amándola. Pero ahí estaban, unos segundos que la hicieron erguirse y mirar hacia afuera.

Miró hacia afuera con un gesto apenas imperceptible de desafío, porque allí estaba ella y esta vez empezaba a dudar de que irse fuera la solución. Nada más rondar esa idea su mente, acostumbrada a la comodidad del miedo y de la retirada, la hicieron encogerse un poco. A pesar de esa duda, algo seguía empujando para salir, algo quería alzarla y el estremecimiento de su cuerpo no era esta vez síntoma del miedo, sino muestra de la lucha entre el pasado y el futuro que se estaba convirtiendo en presente.


Depositó la taza sobre la mesa, incapaz aún de tomar una determinación, pero con la mirada más resuelta de lo que estuvo horas antes en el tube, años antes en su ciudad natal. Respiró como se le había olvidado hacer durante cuatro años. Sólo cogió aire, y, sin embargo, esa vez, llenar sus pulmones fue algo más que inspirar.

miércoles, octubre 01, 2008

London: people I've met

Mi viaje en soledad a Londres no fue tan en soledad, afortunadamente. Tengo amigos que no sé si me los merezco y entre los que ya estaban allí y los que me fueron a visitar, al final mis días sola fueron nada más que cuatro.


Mi primer encuentro fue con Kupe. Ha sido el primer blogger al que he conocido personalmente y sencillamente me ha confirmado que hay mucha gente por aquí que merece la pena. Kupe es como su blog, pero mejor. Encantadora, agradable, y muy muy inteligente. Me explicó un montón de cosas de Grenwich (ahora ya sé que se pronuncia Grinich) que bien me la habría llevado por todo Londres para que me ilustrara, me llevó a mi primer mercadillo londinense y disfruté de una charla de lo más amena. Porque ver a Kupe fue como estar con una vieja amiga. Total confianza, complicidad... ¡Y su hijo es mucho más mono en la realidad (que ya parecía difícil)!, aunque estaba malín el pobre. Ahora espero que ella pueda devolverme la visita, porque imperdonablemente no conoce mi querido sur y, vamos, no se puede vivir en Londres y no haber visitado Sevilla, digo yo. Así que, nada, desde aquí le repito mi invitación.




Después de ella, Antonio tuvo más tiempo del que yo pensaba con su curso allí y me acompañó gustoso al mercadillo de Portobello (donde encontré mi primera ganga londinense, un vestido precioso que supongo que ya luciré por aquí). Luego nos fuimos a Kensington, Hyde Park, la zona de los museos, el Soho para cenar... Y otro día lo volví a arrastrar de tiendas (pobrecito). La verdad es que me encantó encontrarlo en Londres. Llevábamos unos siete meses sin vernos (eso que vivimos a dos horas de coche en España) y lo echaba de menos. Fue muy agradable pasear con él, de tiendas, por la orilla del río, por los parques de Londres. Me encanta hablar con él, porque es fácil, porque le saca punta a casi todo, porque tiene toda la vida por delante y comparte sus planes, lo que me devuelve a mí la ilusión y las ganas también de hacer planes y de saber que queda toda la vida por cumplirlos... La pena fue que no pude acompañarlo en una de sus juergas nocturnas... Para la próxima no me lo pierdo.




El mismo día de Portobello estuvimos con Anthony, que días después me llevó a visitar Oxford. Pensaba que al final no coincidiríamos en ningún sitio, pero me dio una agradable sorpresa, así que disfrutamos de paseos, vistas y, por supuesto, dulces (si no ni él sería él ni yo, yo), pero esta vez en un entorno completamente distinto... Además de enseñarme Oxford y permitirme un cierto relax (fue él, el que se encargó de preguntar esta vez, ya tenía la cabeza yo para explotar de tanto inglés), cenamos con unos amigos suyos encantadores, que fueron mi prueba de fuego, más bien no superada. Está claro que de uno en uno vale, pero hablar con tres británicos a la vez sigue siendo todo un reto para mí: cuando mi cerebro ha procesado la información hacer cualquier comentario está fuera de lugar... Pero me lo pasé estupendamente bien, no voy a negarlo. Aunque siempre le echaré en cara que no me animara lo suficiente para comprarme otro vestido que vi. Claro, él tan contento con su camiseta...


Y para rematar mi visita, cuando ya no me esperaba quedar con nadie más y empezaba a pararme a hablar con las viejas de los parques (tened en cuenta que me gusta hablar, mucho, y viajar sola lo que tiene es que no tienes interlocutor fijo), J. me llamó porque tenía una entrevista en Londres y me llevó a probar la comida hindú (lo sé, lo sé, soy lo peor por no haberla probado antes) y dar un paseo por Candem Market... Eso sí, al final ella se fue y me dejó a mí entre las tiendas, necesité unas cuantas horas más para recorrerlo entero.


De manera que Greenwich, Portobello, Hyde Park, el Museo de Ciencias Naturales, Carnaby Street, Oxford, Candem Market, el paseo del río... Tuvieron para mí el encanto añadido de compartirlos, de reencuentros con personas que hacía bastante que no veía o que quería conocer. Porque estar sola no me habría importado, pero tener con quien sonreír por algo que me sorprende, con quien comentar la última pinta rara que pase por la calle o consultar si esta o aquella compra puede estar bien dieron más valor a mi viaje. Y me encantó comprobar las buenas personas que me rodean, porque realmente significó mucho poder verlas a todas ellas (que sabían mis nervios previos al viaje por ir sola y quisieron estar ahí para decirme 'ves, no pasa nada, al final tienes apoyo').